Queridos amigos:
Era triste la cosa. Jesús tenía que irse. «Os conviene que me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros» (Jn 16,7). ¿Quién tendrá que ser este Paráclito para que por Él nos convenga que se vaya Jesús? ¿Quién podrá ser…, para que yo me apunte? Miren. Dios hizo en Jesús (y de su mano, María) la Redención con Encarnación, Cruz, Resurrección y Ascensión. Pero Jesús (el Hombre) estaba limitado a un tiempo y un espacio, y la Redención era para la salvación de todos los de todos los tiempos. Y el tesoro infinito que Jesús nos donó es el Espíritu quien lo reparte: Él no se encarnó y no conoce esos límites.
Y ahora, vamos a cuentas, gentecilla de mal vivir: ¿Qué lugar tiene tan Infinita Persona divina en vuestra vida? Porque mirad: la conclusión de lo anterior la da San Pablo en otro lugar, y me huelo que escribía con un gesto de encendida pasión: «Si vivimos por el Espíritu, marchemos tras el Espíritu» (Gál 5,25). Porque mirad: resulta que «el Espíritu del Señor llena la tierra» (Sab 1,7), y sin embargo, ¡qué contados son los que se acuerdan de Él una vez al mes…! «¡Marchemos tras el Espíritu!», porque ahora está en su caja fuerte la salvación que Cristo le consignó.
Y existen muchas formas de olvidar al Espíritu. Una de ellas la practican quienes cuelgan, sinceramente, de su alma el rótulo de «cristianos», pero luego eso no se nota nada en el estilo del vivir, y en increíble cantidad de casos, es que ni siquiera piensan que tenga que notarse… para atónito pasmo de curas incipientes como el menda. Porque el Evangelio que hoy os recuerdo dijo: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos» (Jn 24,13), y al final, ídem de lienzo.
Y parece como si el cristianismo fuera por un camino -no sé cuál-, y la vida por otro. Son dos novios que se aman tanto, que no se cogen de la mano; que no se miran a la cara. ¡Ah mil rayos! Un cristianismo así lo moja un servidor en el chocolate; si alguien cree que merece más, libre es de expresar su opinión, yo de reírme.
Acordaos de los pobres, o voy con el guantazo. Amenaza con la que se despide
Miguel Ruiz Tintoré, sacerdote, monaguillo de la Virgen.
Tenéis que enseñarme a hacer las cosas tan bien como vosotros.
Nos alegra que le guste el formato Padre…procuraremos seguir mejorando.
Un abrazo