Extrañas palabras que albergan un contenido más que tangible y que frecuentemente definen los sentimientos que despierta nuestro Papa Francisco.
Este ser humano de gestos gigantes y dardos picantes genera una genuina admiración con cada catequesis, pero ese noble sentimiento no debe ni puede significar adoración al hombre. La Papolatría es una forma de idolatría que sustituye al genuino amor al representante de Cristo en la tierra. La exaltación del pontífice, hasta caer en ese pecado, es una de las más nítidas expresiones del fundamentalismo porque la teología deja muy claro que sólo existe un culto de latría: el dirigido a Dios. El propio Papa nos lo recordaba en su última audiencia, cuando la gente le jaleaba coreando su nombre a voz en grito: “más me gustaría que se gritara el nombre de Jesús”, apuntaba el Pontífice.
Lamentablemente, el Papa Francisco también representa, para muchos, una suerte de Papofobia, una forma de rechazo a una figura que lleva alterando los nervios de una parte de la propia Iglesia desde el mismo momento de su elección. El Papa de gesto humilde, el que sienta cátedra a diario desde la sencilla capilla de la residencia de Santa Marta, es un hombre que, casi sin pretenderlo, no deja títere en pie. Los corruptos, los egoístas, los falsos, los fariseos reciben la inyección implacable de sus palabras, de sus reprimendas comprensibles de padre bueno que bronquea al rebaño.
Esta forma directa de ser de Francisco le ha granjeado un ejército de críticos que ven peligrar su status dentro de la Santa Madre Iglesia, esas posiciones malamente ganadas que el Papa dinamita en cada homilía matutina, fastidiando las cosas demasiado tranquilas en la Iglesia, como ya avanzaba hace unos días Bergoglio:
«pidamos la gracia de fastidiar las cosas demasiado tranquilas en la Iglesia… y si fastidiamos, pues bendito sea Dios, adelante. Como dijo San Pablo: Coraje.”
Ni papolatría, ni papofobia, un equidistante amor es la justa medida entre el escozor políticamente incorrecto que, a menudo, provocan sus palabras y la admiración desmesurada que puede llevarnos a equívocos. El camino es más bien seguir sus pasos, los de Jesús, los de la Cruz, humildemente, acatar sus dardos con comprensión y capacidad autocrítica y con ganas de ser, sin idolatrías, cada día más tipo Francisco.
Seguir los pasos de Francisco x amor a Jesus
Jesús dijo a Pedro: Apacienta mis ovejas. San Juan 21
Esto hace el Papa Francisco, ahora nosotros tenemos que tener claro que a quien seguimos es a Nuestro Señor Jesucristo.